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La Armuña


El nombre de esta comarca deriva del árabe "Almunia" que viene a querer decir "Tierra fértil" otros lo han traducido como “El huerto” y vaya que si lo es. Pues de esta comarca salen algunas de las mejores legumbres de toda la geografía peninsular con denominación de origen - menudo invento - como los grandiosos garbanzos de Fuentesaúco; “El buen Garbanzo y el buen ladrón de Fuentesaúco son” en la limítrofe provincia de Zamora, o sus hermanos pequeñitos Pedrosillanos menos vistosos por su tamaño, pero de incomparable finura y sobre todo la reina de todas las legumbres armuñesas; La lenteja. Variedad de excelencia de las pardinas castellanas. Luego se dan por todo el territorio Armuñes toda clase de forrajes y cereales, girasol, maíz y un poco de vid residual, aquella que no enfermó, fue pérdida, abandonada o arrancada. Testimonio de la actividad vinícola son las numerosas bodegas que aun se pueden encontrar por los pueblos Armuñeses, Parada de rubiales y Espino de Orbada dos ejemplos y alguna francamente admirable de aires mozárabes del siglo xv o anterior, excavadas a buena profundidad, de grandes hechuras y revestidas escalinatas de ladrillo mohín rojizo retorcido en el horno. Estas aunque algo desvencijadas, se mantienen con mejor aprecio que las propias cepas de la uva, solo porque fuese por pitorras y matanzas y la colección de quesos en que los domingos y festivos se reúnen familiares y amigos a echar un trago. El ganado por excelencia de la meseta es el ovino, antaño motor económico del reino Castellano, que dio origen a el concejo de la mesta, una suerte de políticas, que trazando una red de cañadas reales, cordeles y veredas de unos 125.000 klm. Favoreció la trashumancia, y otorgo grandes privilegios a la actividad pastoril, por lo que se supone que incluso el número de cabezas de este ganado llego a ser superior a tres millones de cabezas, más que la población castellana. Estas ovejas siguen siendo muy apreciadas en la actualidad; la castellana y la salmantina y fina, por su productividad y calidad lanar, de la familia merina. Como puede verse los árabes no nos dejaron malos genes. Lo mismo ocurre con el caballo español o andaluz. Estas cañadas aun discurren por muchos parajes peninsulares y aun conservan su marcado carácter pastoril, donde no han sido invadidas por tierras de cultivo, casas, cercados, otras carreteras y caminos ilegales, ya que continua vigentes sus privilegios de vías pecuarias o cañadas reales. Aquí por la Amuña discurre concretamente la de la plata o cañada Vizana, que muchas veces se confunde con la calzada romana de la plata o el camino de peregrinos o muzárabe que va hacia Santiago.
La Armuña es un territorio de paisaje típicamente castellano, de pan llevar, con poco arbolado donde resguardarse de los encendidos rayos del verano. Los agricultores solían llevar sombrero de paja y a estas tierras llegaban por miles jornaleros gallegos que con su hoz en la mano iban recorriendo todos los campos. Es un paisaje que contrasta con el campo de salamanca o campo charro, palabra de origen vascuence que quiere decir; campesino rustico.
En realidad la Armuña es una comarca que esta a tiro de piedra de Salamanca, así que cuidado no le vayamos a dar a alguien. Efectivamente las tierras del norte y noreste del termino municipal de la capital Charra son ya parte de esa Armuña; –el teso de las botijas- limítrofe con el municipio de Villamayor de Armuña, famoso por la dorada piedra de sus “Canteras” material dúctil y fácil de labrar -Arenisca- que endurece en los siglos del dorado atardecer monumental de la cercana ciudad estudiantil, salpicada de torres con cambiantes veletas, claustros escondidos o de luminosos estudios universales. En el teso de San Vicente se encuentran restos de sus primeros pobladores de esta localidad de tierras que miran hacia las fértiles vegas del rió, pero con la llegada de los conquistadores romanos mandaron bajar de los cerros a sus gentes, ya fuesen vecceas o vettonas, en este caso vecceas y ambas de orígenes célticos, empujándolas a zonas menos defendibles estratégica y militarmente y de este modo se procuraban un mejor control en el apaciguamiento de los territorios conquistados de la celtiberia para poco a poco ser romanizados he incorporados a su legendaria pax romana. En villamayor de armuña existen unas cuevas, -de la moral- muy conocidas, por una buena parte de la chiquillería pizarraleña que iban a tirar piedras por allí, una de ellas y la más interesante “la cristalina” llamada así por tener un pequeño pozo de agua en su interior, que aparece invisible a la luz de las linternas o velas y que más de uno solo percataba al escuchar un sonoro“chooff”, justo cuando el agua aparece haciendo onda canilla arriba del boquiabierto pardillo, y entonces las risas recorren cada grieta, cada fisura, luchando por salir de la profundidad.
Parecen ser estas cuevas de origen natural escavadas por la acción y erosión del agua y se mezclan en su proximidad con canteras primigenias, que ahora llaman históricas, que se diferencian de las actuales canteras por estar escavadas en el interior de la tierra, en lugar de a cielo abierto y que son el origen de los primeros monumentos de la ciudad del Tormes. Se decía que existía una galería que unía una de estas canteras, la que nosotros llamamos “la cueva del ladrón” nombre sin ningún fundamento histórico por cierto, con la catedral. La cual para su construcción se habia necesitado una rampa que llegaba hasta el teso de los cañones, lugar donde se emplazara la artillería antiaérea franquista durante la guerra civil española, días por los que cuentan pululaban a sus anchas algunos altos y fornidos alemanes de la legión cóndor buscando pelea, no en vano fue esta ciudad sede del cuartel general rebelde, y fueron por aquí las conversaciones que alzaron al general Franco en generalísimo y caudillo de España. Sobre la rampa más que improbable parece una fantasía sacada de la imaginación de cientos de obreros - sobre obras faraónicas, donde miles de esclavos trabajan al restallear del látigo- y albañiles que construyeron El barrió blanco y Pizarrales, gracias a una ley municipal que les permitía tomar posesión de un terreno para ser habitado siempre y cuando en el transcurso de una noche construyesen los cimientos y el tejado de la casa, entonces eran acogidos con formalidad legal por la autoridad. Para ello tuvieron que ayudarse los unos a los otros y el párroco de la iglesia vieja de los Pizarrales tuvo mucha culpa de ello, en uno de los primeros momentos en que las gentes abandonan el campo y marchan a las ciudades buscando cambiar de suerte; huyendo de fatiga miserable de las labores agrícolas.
Lo cierto es que aquella cueva escavada a golpe de martillo y cincel, era un gran misterio, para una panda de imaginativos muchachos. El nombre de la cueva tenia su fabula en un hombre que allí se escondía tras el bandidaje del ganado de paisanos y lugareños de la comarca. También se rumoreaba que este fue el lugar perfecto; junto a la cercana bodega sepultada bajo tierra con enormes tinajas de piedra y que por los años cincuenta aun despachase vino a granel, en ese paraje llamado de “las cabezotas”, donde mantener a resguardo toda clase de viandas y provisiones de las garras invasoras, que andaba de aquí pá allá con el hambriento ejercito imperial de Napoleón mandado por Marmont y que para entretenerse pasaba el rato jugando al gato y al ratón con el no menos hambriento ejercito aliado de Wellington y que entre los dos superaban alguno más de los 80.000 hambrientos.
La cueva del ladrón, donde sábado tras sábado, pasaron su tiempo de juventud y adolescencia esos muchachos que en vano buscaron encontrar un tesoro, la emoción de lo desconocido, prohibido, resolver un enigma, el misterio de una gran aventura.
La puerta de salida de una ciudad secreta, llena de túneles, aquellos de los que los dominicos advertían; “cuidado al bajar el escalón” o “cuidado al pasar la puerta” si conseguías adentrarte demasiado en sus dependencias, porque a veces es imposible volver atrás, se entra si, pero no se sale y pocos están dispuestos a entrar en las fauces de una bestia ya que se corre el riesgo de no regresar.

 

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