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On the way scarborough (II)

 

On the way scarborough (II)

Aquella mañana Salí de la casa de aquella chica pelirroja de aspecto descuidado que fumaba como un carretero, claro que por aquel entonces también yo hacia lo propio. La mujer vivía sola en una bonita casa de dos plantas, muy a la inglesa, con su pequeño jardín a la entrada y un precioso patio trasero. Su marido no hacia mucho tiempo que se había largado por el aspecto en que aún estaba la casa. Habían hecho repartición de bienes arrancando el papel de las paredes y hecho jirones algunas butacas que aparecían acribilladas haciendo visible el menospreciado sucio y viejo tapizado que había debajo, sin embargo yacía intacta una bonita librería de nácar laminada que pasaba casi desapercibida en el recibidor, dando a todo un aspecto anterior mucho más civilizado. Las mugrosas y desvencijadas escaleras de madera que conducían a la parte superior eran bastante inclinadas, donde el aroma de dos mocosos volaba escalera abajo, hasta el salón donde sobrevivía una gran estufa metálica oxidada, que durante la noche templaba el aire en aquel marzo apto solo para oír historias. Historias de las que yo no entendía ni jota.

  Había llegado a York desde la estación Londinense de Victoria en el primer autobús que salía en aquel momento y me podía alcanzar el dinero, porque unos días antes un tal Max Iskander propietario de una pensión de mala muerte GARRICK HOUSE HOTEL me estafo casi todo lo que llevaba encima; cerca de paddigton. Porque una graciosa muchacha morena simpática, mediana y de ojos espabilados me ayudó sacar en las maquinas expendedoras del aeropuerto mi billete a London, después de que los agentes del aeropuerto registraran mi mochila sacando un cuchillo de comando a relucir y algunas cosas de supervivencia del ejercito español, linterna, redes miméticas, saco de dormir, y comida. Los agentes me preguntaron que donde iba y les dije que de acampada y me dejaron pasar. Quizás aquel día tuvieran mucho trabajo o que el mundo en aquel entonces fuera cándido y bueno, creo que hoy seria impensable sin que saltaran alarmas. Recogí todo y me fui detrás de la fila de personas que se movía. No se donde, yo seguía aquella corriente. Luego en el tren la muchacha inteligente me aconsejo que fuera a Paddigton, y por eso me dirigí aquel lugar, porque ella dijo que allí había mucha oferta para empezar y económica.

Así que después del altercado de la primera pensión, con aquel tipo feo y pretencioso y al que la policía le diera la razón y de hecho la ley inglesa era explicita en ese sentido. No podía alegar más que la estafa solo era causa de mi ignorancia, porque estaba en un sitio en el que todo es igual de sencillo que en cualquier otra parte, solo que al revés y en esos momentos yo no entendía prácticamente nada. La verdad es que se aprende bastante rápido, más incluso de lo que yo creyera. Porque por ejemplo ¿Cómo se puede descolgar un teléfono y llamar a la policía indicando la dirección exacta pidiendo ayuda en un idioma que no entiendes? Solo se que en pocos minutos un coche patrulla estaba allí a la puerta, y dos impolutos agentes bajaban del auto pensando que se yo… En un secuestro, agresión, en un crimen, ¿Qué crimen? No lo se… Yo solo quería que me devolvieran parte del dinero que no iba a consumir e irme de aquella pocilga de pensión, porque había adelantado una cantidad, como parece que era costumbre en el Reino Unido, pero no quería permanecer todo el tiempo en semejante lugar, porque aparte de malo era caro; Ese cuchitril de habitación era una verdadera estafa, donde la roña enmoquetada de las habitaciones, se mezclaba al olor de tubería rota de su W.C. compartido, con la electricidad que flotaba encima de cada puerta en peligrosas resistencias, que se accionan con un tirador, iluminando una vieja cama de muelles a la que los gitanos hubieran vendido sus cabeceros sin ningún valor a precio de oro y un jergón blando y espeso como la joroba de un dromedario con kilos de grasa y al fondo de los cuatro metros cuadrados, una mohosa cafetera que preside encima del único estante, por si alguien se aventura a hacerse una tisana. Quería irme de allí al instante. Cuando los agentes subieron la empinada y mal oliente escalera, se toparon de bruces con el que dirigía aquel tugurio, un hombre de mediana estatura, moreno, con gafas y un bigote ancho y espeso, que se pasaba el día hablando en voz alta, como si conversara con alguien a larga distancia, poniendo el cuidado de pronunciar cada palabra con suma claridad, un vozarrón difícil de olvidar. De tal guisa que al toparse con el, se había puesto una gasa en forma de parche en un ojo, y todos creyeron que era obra mía, y así discutieron todos un rato tratando de aclarar la situación y luego uno de uniforme me dijo que necesitaba un interprete para explicarme la situación, y me llevo a su comisaría cercana, donde  un chaval joven saco un diccionario y se puso a practicar su español. Me dijo que el tipejo del hospedaje no había cometido ningún delito, porque no había utilizado ninguna fuerza, que el dinero se lo había dado yo voluntariamente, y que si quería podía volver a terminar de gastar los días que me restaban. Yo hice un gesto con la cabeza y termine en hyde park, donde permanecí acampado hasta el viernes de esa semana por la noche.

Aquella noche después de saltar la verja del parque, donde había visto un letrero que decía algo sobre que había un perro suelto y podía ser peligroso, y que yo no creía, porque pensaba que era algo exagerado, pues llevaba allí varios días y no me había encontrado más que con personas que salían a pasear con sus chuchos o aquellos que llevaban consigo autenticas jaurías de todas las razas, también jinetes y amazonas. El caso es que ya andando dentro del parque cerca unos enormes robles, por donde corretean obesas ardillas grises, a las que las gentes da de comer todos los días, apareció una figura que se recortaba entre los desnudos árboles, que con una linterna en la mano comenzó alumbrar en mi dirección; Dijo algo pero yo no lo entendí, mientras en la otra mano sujetaba con fuerza una correa de la que tiraba nerviosa, y atentamente su fiel e inteligente compañero; Un hermoso pastor alemán de pura raza, que al verme se puso tan contento como yo mismo, que comencé a comprender lo que decía el cartel de la entrada. Hola buenas noches, me pareció oír a las figuras que venianse acercando, hasta que el enorme escudo plateado de su sombrero relució frente a mi; Era un bobby ingles el que dijo directamente ¿Spanish no? Que inteligente pensé… ¡Yes!  Conteste. Entonces me pidió que le acompañara. Al parecer los parques se cierran todas las tardes quedando prohibido el paso. Le pedí que me permitiera recoger mis cosas ocultas en unos arbustos cercanos, donde todas las mañanas los pequeños petirrojos me visitaban para dar sus buenos días. Luego le seguí hasta una esquina del parque, por donde había una tapia y me expulso de aquel jardín, que resulto no ser el edén, si no más bien una enorme montaña de boñigas de vaca. Salte abajo a la calle donde había una fiesta en un bar español, pero yo no tenia ninguna gana de fiesta, ni de compatriotas a altas horas a los que había visto días atrás, después de utilizar a diario los servicios públicos del parque para el aseo personal, reunirse en hyde park córner buscando cambiar de trabajo del McDonald a Pizza hut, yo tan solo buscaba un sitio donde estar tranquilo, así que deambule de un lado a otro, por calles pobremente iluminadas y vi a muchas personas que vivían en la calle, buscando refugio en pasajes y  túneles, donde resonaba la tos grave de alguien que encogido en su saco encima de cartones, trataba de dar esquinazo a la noche en el frió y húmedo suelo. Por la mañana ya estaba en Victoria Coach station desde hacia mucho rato esperando a que abriesen alguna ventanilla, y cuando abrieron compre un billete que iba a York que era el lugar más lejano hasta donde me alcanzaba el poco dinero que me quedaba unas 25 Libras.

Continuará... 

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